El 11 de febrero, fiesta de la Virgen, de Lourdes,
asistí a la iglesia de su nombre, para
recibir la bendición de cumpleaños.
A las 3 p.m. Celebraron los cinco
sacerdotes la Eucaristía.
Yo discurría sobre las décadas que
habían transcurrido, desde que mis
padres Susana y Humberto, acompañados
por mis padrinos,
Maruja de Bonett y su hijo Roberto, me
bautizaron en ese mismo
bello templo…
Pensé en mi nombre, pues ha habido
ocasiones en que
gente devota, me ha preguntado
porqué no me pusieron Lourdes… Personalmente, creo que me hubiera gustado, aunque soy
feliz
por llamarme Esperanza María,
nombre dado por mi hermana mayor.
Hoy, por casualidad me he detenido en la
historia del Señor
de la Buena Esperanza y es tan hermosa,
que me detengo
a transcribir de forma somera:
-En una colonial iglesia de Quito
sentado en un trono está
un adolorido REY, con corona de
espinas y cetro de caña,
además de las ataduras de un prisionero,
tal cual lo veo yo, los jueves, en el
Sagrario de Modelia…
Cuando tengo que mirarlo a través de los
barrotes, pienso
que de verdad, está –preso-.
Si alguien pasa de largo, le
pregunto: “Por qué no lo saludas?
Te está mirando”…
La común respuesta es:
“Está cerrado”, ellos se refieren al
oratorio y yo al Señor,
entonces risueña les contestó:
“NO”,
“Él te espera…No está cerrado, lo tienen preso!”
Observo como los devotos entran con
ansiedad y salen consolados.
La verdad, en su nicho, la descripción
de San Agustín, sería:
“Oh Hermosura siempre antigua y siempre
nueva…”,
en la mía: Gracias por mirarme y
dejarte ver, aun tras los barrotes…
Después de este aparente desvío, sigo
con la historia del
Señor de la Buena Esperanza, venerado en
muchas iglesias colombianas,
aunque la siguiente reseña es
ecuatoriana.
-Un hambriento padre de familia
tembloroso se escondía en un árbol,
mientras el enardecido vulgo le
reclamaba una de las sandalias de oro,
con las cuales los quiteños habían
calzado al Señor…
Lo llevaron ante la imagen para que
pidiera perdón por el agravio.
El hombre llorando imploró:
“Tú sabes que soy inocente, que vine a
implorar a tus píes
el pan para mi mujer y mis hijos que
están con hambre;
pedí trabajo y no lo encontré, pedí
limosna y me la negaron;
vine a tu altar y Tú me diste una
sandalia que llevé a vender para
dar de comer a mi familia…” Todo el
mundo estaba sobrecogido;
flotaba en el ambiente una sensación de
expectativa…
El Señor de la Buena Esperanza aun
conservaba en uno de sus píes,
la otra sandalia y para sorpresa del
público la dejó caer
en manos del suplicante.
Esa es la amorosa respuesta de un
Dios,
a quienes ponen su FE en ÉL.
Al margen:
Qué honra la mía, nacida el Día de la
Virgen de Lourdes y por nombre el de
advocación del Señor de la Buena
Esperanza.