viernes, 13 de febrero de 2015

“Lo que son las cosas…”.

El 11 de febrero, fiesta de la Virgen, de Lourdes,
asistí a la iglesia de su nombre, para recibir la bendición de cumpleaños.
A las 3 p.m. Celebraron los cinco sacerdotes la Eucaristía.

Yo discurría sobre las décadas que habían transcurrido, desde que mis
padres Susana y Humberto, acompañados por mis padrinos, 
Maruja de Bonett y su hijo Roberto, me bautizaron en ese mismo
bello templo…

Pensé en mi nombre, pues ha habido ocasiones en que 
gente devota, me ha preguntado porqué no me pusieron Lourdes… Personalmente, creo que me hubiera gustado, aunque soy feliz
por llamarme Esperanza María, nombre dado por mi hermana mayor. 

Hoy, por casualidad me he detenido en la historia del Señor 
de la Buena Esperanza y es tan hermosa, que me detengo 
a transcribir de forma somera:

-En una colonial iglesia de Quito sentado en un trono está 
un adolorido REY, con corona de espinas y cetro de caña, 
además de las ataduras de un prisionero
tal cual lo veo yo, los jueves, en el Sagrario de Modelia…
Cuando tengo que mirarlo a través de los barrotes, pienso 
que de verdad, está –preso-. 
Si alguien pasa de largo, le pregunto: “Por qué no lo saludas? 
Te está mirando”…
La común respuesta es: 
“Está cerrado”, ellos se refieren al oratorio y yo al Señor, 
entonces risueña les contestó:  
“NO”, “Él te espera…No está cerrado, lo tienen preso!”
Observo como los devotos entran con ansiedad y salen consolados. 
La verdad, en su nicho, la descripción de San Agustín, sería:
“Oh Hermosura siempre antigua y siempre nueva…”, 
en la mía: Gracias por mirarme y dejarte ver, aun tras los barrotes…

Después de este aparente desvío, sigo con la historia del
Señor de la Buena Esperanza, venerado en muchas iglesias colombianas, 
aunque la siguiente reseña es ecuatoriana.

-Un hambriento padre de familia tembloroso se  escondía en un árbol, 
mientras el enardecido vulgo le reclamaba una de las sandalias de oro, 
con las cuales los quiteños habían calzado al Señor… 
Lo llevaron ante la imagen para que pidiera perdón por el agravio. 
El hombre llorando imploró:
“Tú sabes que soy inocente, que vine a implorar a tus  píes 
el pan para mi mujer y mis hijos que están con hambre; 
pedí trabajo y no lo encontré, pedí limosna y me la negaron; 
vine a tu altar y Tú me diste una sandalia que llevé a vender para 
dar de comer a mi familia…” Todo el mundo estaba sobrecogido; 
flotaba en el ambiente una sensación de expectativa…

El Señor de la Buena Esperanza aun conservaba en uno de sus píes, 
la otra sandalia y para sorpresa del público la dejó caer 
en manos del suplicante.

Esa es la amorosa respuesta de un Dios, 
a quienes ponen su FE en ÉL. 

Al margen:
Qué honra la mía, nacida el Día de la 
Virgen de Lourdes y por nombre el de
advocación del Señor de la Buena

Esperanza.

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