Comienzan los relojes
a maquinar sus prisas;
y miramos el mundo.
Comienza un nuevo día.
Comienzan las preguntas,
la intensidad, la vida;
se cruzan los horarios.
Qué red, qué algarabía.
Mas tú, Señor, ahora
eres calma infinita.
Todo el tiempo está en ti
como en una gavilla.
Rezamos, te alabamos,
porque existes, avisas;
porque anoche en el aire
tus astros se movían.
Y ahora toda la luz
se posó en nuestra orilla. Amén.
Is 66,12
Así dice el Señor: «El cielo es mi trono, y la tierra, el estrado de mis
pies:
¿Qué templo podréis construirme o qué lugar para mi descanso?
Todo esto
lo hicieron mis manos, todo es mío —oráculo del Señor—.
En ése pondré mis ojos:
en el humilde y el abatido que se
estremece ante mis palabras.»
Te invoco
de todo corazón
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