A veces pasan las horas, días, años, décadas y nos
hacemos ancianos,
Que no hemos
cuidado nuestra espiritualidad…
Hemos degustado comidas, gozado paseos, lucido ropajes
y no nos hemos dado cuenta de que envejecimos en una vida tan ligera y vacía,
que si apenas puede compararse
con la de los - animales-.
Sin embargo, nunca es tarde y en el tiempo que nos falta
para encontrarnos con el Señor, podemos reflexionar* sobre:
La segunda carta a
- Tito 2, 1-8. 11-14
Querido hermano: Habla de lo que es
conforme a la sana doctrina.
Di a los ancianos que sean sobrios,
serios y prudentes; que estén robustos en la fe, en el amor y en la paciencia.
A las ancianas, lo mismo: que sean
decentes en el porte, que no sean chismosas ni se envicien con el vino, sino
maestras en lo bueno, de modo que inspiren buenas ideas a las jóvenes,
enseñándoles a amar a los maridos y a sus hijos, a ser moderadas y púdicas, a
cuidar de la casa, a ser bondadosas y sumisas a los maridos, para que no se
desacredite la palabra de Dios.
A los jóvenes, exhórtalos también a
ser prudentes, presentándote en todo como un modelo de buena conducta. En la
enseñanza sé íntegro y grave, con un hablar sensato e intachable, para que la
parte contraria se abochorne, no pudiendo criticarnos en nada.
Porque ha aparecido la
gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a
renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una
vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la
aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. Él se entregó
por nosotros para rescatarnos de toda maldad y para prepararse un pueblo
purificado, dedicado a las buenas obras. Tito 2, 1-8. 11-14
Lucas 17, 10
10 “Así
también vosotros, cuando hicieréis estas cosas que os están mandadas, decid:
Somos siervos inútiles: lo que teniámos que hacer, eso hicimos.”*
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