sábado, 20 de agosto de 2011

Solos no podemos...

Señor Jesús, manso y humilde.

Desde el polvo me sube y me domina esta sed insaciable de estima, 
ésta apremiante necesidad de que todos me quieran.  

Mi corazón está amasado de delirios imposibles. Necesito redención.

Misericordia, Dios mío.

No acierto a perdonar, el rencor me quema, las críticas me lastiman,
los fracasos me hunden, las rivalidades me asustan. 

 Mi corazón es soberbio. 
  Dame la gracia de la humildad, mi Señor, manso y humilde de corazón.

No sé de dónde me vienen estos locos deseos de imponer mi voluntad, 
eliminar al rival, dar curso a la venganza. Hago lo que no quiero. 
Ten piedad, Señor, y dame la gracia de la humildad.

Gruesas cadenas amarran mi corazón: 
este corazón echa raíces, sujeta y apropia cuanto soy y hago, y cuanto me rodea. 
Y de esas apropiaciones me nace tanto susto y tanto miedo. 

¡Infeliz de mí, propietario de mí mismo!

"Estoy listo para hacer Tu voluntad"

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