jueves, 25 de agosto de 2011

A la Virgen Consolata


 
La virgen es una sola. 
 Sus diferentes nombres 
y advocaciones, 
hacen la devoción de
los católicos que la veneramos 
como madre de Jesús, 
Hijo de Dios, Uno y Trino 
con el Espíritu Santo.

  ¡Oh! Virgen Santísima, sé tú 
el consuelo  único y perenne de la iglesia a la que amas y proteges!

Consuela a tus Obispos y a tus sacerdotes; a los misioneros 
religiosos y laicos comprometidos 
que deben iluminar y salvar a la 
sociedad moderna, difícil y a veces, hostil.


Consuela a las comunidades cristianas, dándoles el don de numerosas y santas vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras.

Consuela a todos los que están investidos de autoridad 
y de responsabilidades civiles y religiosas, sociales y políticas, 
para que siempre y solo, tengan como meta el bien común 
y el desarrollo integral del hombre, a pesar de las dificultades
y derrotas.

Consuela a nuestro  pueblo que te ama y venera, a las familias; 
a los que no tienen trabajo, a los que sufren, a los que llevan 
en el cuerpo y en el alma las heridas causadas por dramáticas situaciones 
de emergencia; a los jóvenes, especialmente a los que se encuentran
por muchos y dolorosos motivos, extraviados y desanimados;
a todos los que sienten en el corazón una ardiente necesidad de amor, 
de entrega y cultivan altos ideales de conquistas espirituales y sociales.

¡Oh! Madre Consolata, consuélanos a todos y haz que comprendamos 
que el secreto de la felicidad está en la bondad y en seguir siempre 
fielmente a tu Hijo Jesús!  Amen.


Piense en el dueño de la vida, invoque su presencia, misericordia y piedad.  Somos sus hijos y Él solo quiere nuestro bien, por eso estamos aquí.

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