La virgen es una sola.
Sus diferentes nombres
y advocaciones,
hacen la devoción de
los católicos que la veneramos
como madre de Jesús,
Hijo de Dios, Uno y Trino
con el Espíritu Santo.
¡Oh! Virgen Santísima, sé tú
el consuelo único y perenne de la iglesia a la que amas y proteges!
Consuela a tus Obispos y a tus sacerdotes; a los misioneros
religiosos y laicos comprometidos
que deben iluminar y salvar a la
sociedad moderna, difícil y a veces, hostil.
Consuela a las comunidades cristianas, dándoles el don de numerosas y santas vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras.
Consuela a todos los que están investidos de autoridad
y de responsabilidades civiles y religiosas, sociales y políticas,
para que siempre y solo, tengan como meta el bien común
y el desarrollo integral del hombre, a pesar de las dificultades
y derrotas.
Consuela a nuestro pueblo que te ama y venera, a las familias;
a los que no tienen trabajo, a los que sufren, a los que llevan
en el cuerpo y en el alma las heridas causadas por dramáticas situaciones
de emergencia; a los jóvenes, especialmente a los que se encuentran
por muchos y dolorosos motivos, extraviados y desanimados;
a todos los que sienten en el corazón una ardiente necesidad de amor,
de entrega y cultivan altos ideales de conquistas espirituales y sociales.
¡Oh! Madre Consolata, consuélanos a todos y haz que comprendamos
que el secreto de la felicidad está en la bondad y en seguir siempre
fielmente a tu Hijo Jesús! Amen.
Piense en el dueño de la vida, invoque su presencia, misericordia y piedad. Somos sus hijos y Él solo quiere nuestro bien, por eso estamos aquí.
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