lunes, 30 de septiembre de 2013

La gracia de dialogar

Señor Dios, te alabamos y te glorificamos por la
hermosura de ese don que se llama diálogo.
Es un “hijo” de Dios porque es como aquella corriente alterna
que bulle incesantemente en el seno de la Santa Trinidad.

El diálogo desata los nudos, 
disipa las suspicacias,
abre las puertas, soluciona 
los conflictos, engrandece la
persona, es vínculo de la unidad
y “madre” de la fraternidad.

Cristo Jesús, núcleo 
de la comunidad evangélica,
haznos comprender que nuestra desinteligencia se debe, 
casi siempre a la falta de diálogo.

Haznos comprender que 
el diálogo no es una discusión,
ni un debate de ideas, 
sino una búsqueda de la verdad
entre dos o más personas.

Haznos comprender que 
mutuamente nos necesitamos y
nos complementamos porque tenemos para 
dar y necesitamos recibir, 
ya que yo puedo ver lo que los otros
no ven y ellos pueden ver lo que yo no veo.

Señor Jesús, cuando aparezca la tensión,
dame la humildad para no querer imponer mi verdad
atacando la verdad del hermano, de saber callar
en el momento oportuno, de saber esperar a que el otro
acabe de expresar por completo su verdad.

Dame la sabiduría para comprender que ningún
ser humano es capaz de captar enteramente la verdad toda,
y que no existe error o desatino que no tenga
alguna parte de verdad.

De Susana



Dame la sensatez para 
reconocer que también yo 
puedo estar equivocado en 
algún aspecto de la verdad,
y para dejarme enriquecer 
con la verdad del otro.




Dame, en fin, la generosidad 
para pensar que también
el otro busca honestamente 
la verdad, y para mirar sin
prejuicio y con benevolencia 
las opiniones ajenas.

Señor Jesús, danos la gracia del diálogo. Así sea.

                                                                                  Ignacio Larrañaga, 
                                                                                                          Encuentro N°45
¡No a la guerra y al aborto!

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