Pasamos la mayor parte de nuestra
vida
rezando un Padre Nuestro y esperando
que el
Crucifijo se baje a darnos las
gracias.
Creemos cumplir a nuestro deber de cristianos,
sin tener el alma libre y en paz…
Miramos el firmamento, a ver si
llueve el maná.
y nos quejamos si hace verano.
Estamos inconformes cuando nos
acecha el dolor,
pero no damos gracias de los
momentos de salud.
Nos apresuramos a gastar, no a compartir.
Buscando que más atesorar, que más
botar.
No es suficiente lo que tenemos,
sentimos
vacío de lo que no recibimos.
Nos erguimos ante Dios,
y nos arrodillamos
ante el mundo.
Jamás buscamos tiempo para comunicarnos
con Dios.
No hablamos de Él!
Nos apena reconocer cuánto somos, cuánto
tenemos,
Todo el tiempo nos quejamos,
sin dar gracias del entorno que poseemos.
No visitamos un templo para rezar,
nos –apuramos- a continuar la marcha
del “apure”.
Durante todo el día, huimos del amor de Cristo,
Durante todo el día, huimos del amor de Cristo,
para penetrar en el razonamiento de
sí mismos.
Apenas si miramos las puertas de un
templo,
no por gratitud, sino a ver qué más nos
hace falta.
Todo el tiempo somos esclavos…
Nos da miedo soltar las cadenas que nos hemos
impuesto,
porque el miedo hace parte de ellas.
¡Por esto y muchas
cosas más somos infelices!
¡No a la
guerra! ¡No al aborto!
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