¡Oh! Inmaculada María
Tú, Madre María, alimentada
de humildad,
Obedeciste ser la
Madre del Salvador.
Tu paz de feliz madre,
se perturbó,
con las palabras de
Simeón.
En tu dulce espera lo
amparaste,
en tu viaje a Belén.
Mientras huías a Egipto.
Manejaste tu autoridad,
en Canaá.
Lo acompañaste en el
camino del Calvario
y, en tu paralela agonía,
aceptaste ser la madre
de la humanidad.
Lo recibiste, cuando
lo bajaron de la Cruz,
y te quedaste con la
Iglesia!
¡Gracias María! Gracias
Madre,
no estamos solos ni
desamparados.
Ayer, día de tu gran fiesta y veneración, comprendí
cuan inmenso es el amor de una madre…
Jamás compararía tu presencia en el mundo,
con la vida que tu Señor me dio.
Me regalaste tu intercesión
para la fortaleza misma del
–encuentro
con mi hijo hecho amor-
Las
madres mundanas debiéramos
hacer
“un pare”, para traer al espíritu
la
paz de la presencia de Dios,
en
la indulgencia de los afectos de los hijos,
porque
amándolos tanto, los lastimamos
e
ignoramos cuánto…
¡No al aborto!
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